Tres ideas para generar riqueza de manera sustentable



A nivel institucional, el 10 de diciembre de este año quedará por siempre en la historia argentina. Aun con profundas diferencias, el fraternal abrazo entre Alberto Fernández y Mauricio Macri muestra madurez y sensatez. No es poco. Eso se vio a cuenta gotas desde el regreso de la democracia, en 1983.

Hacia delante, el desafío es cómo puede generar riqueza la Argentina. Cómo agrandar la torta y no cómo ver quién se come la última porción. Urge distinguir entre lo urgente y coyuntural, de lo estructural y de largo plazo.

La palabra clave para articular ambas necesidades es confianza. Se debe priorizar a quienes viven en la pobreza, sin dilapidar los incentivos que sostengan la inversión de largo plazo, para lograr crecimiento sostenido. El gran interrogante es cómo lograrlo.

Lo que más urge para lograr la sustentabilidad económica de mediano plazo es la reestructuración de la deuda. Este proceso, sin haber comenzado formalmente, ya pasó por muchos clichés de marketing (reperfilamiento, “a la uruguaya”, “a la ucraniana”) que poco contribuyeron a la certeza.

En este sentido, hay solo una realidad: la forma en la que se encare la renegociación de nuestros pasivos condiciona el desarrollo futuro de un país.

Dado el prontuario económico de la Argentina, encarar el proceso de negociación con los “tapones de punta” como en el 2003-2005, dejaría poco (o nulo) margen para volver a financiarse en los mercados voluntarios en un plazo relativamente lógico, al tiempo que dispararía una ola de litigios muy costosos en términos financieros y económicos.

Nuevamente se necesita la palabra mágica: consenso. La negociación debe ser amigable, planteando las necesidades lógicas del país mediante un cronograma de pago creíble y cumplible. Debemos dejar la puerta abierta para recibir financiamiento, pero no para el gasto corriente, sino para el desarrollo productivo.

Un segundo foco de atención debe estar en generar un ambiente amigable para desarrollar el ahorro. Nuestro país tiene una de las más bajas tasas de ahorro en relación al producto bruto dentro de la región y, encima, una parte no menor está fuera de la Argentina.

El desafío está en cómo generar el escenario propicio para atraer ese ahorro de una manera estable y predecible. La palabra clave, en este caso, es incentivos.

Intentar traer esos capitales de forma coercitiva, mediante imposiciones de carácter legal o impositivo solo estimulará la fuga. Hacen falta medidas que propicien la llegada de capitales de largo plazo.

Exenciones impositivas para los planes de pensiones y jubilaciones privados voluntarios puede ser un buen canal. Además, las tasas de interés reales positivas deben ser una condición necesaria para recuperar el apetito por los instrumentos nominados en moneda doméstica.

Sin ahorro, no hay inversión. Y sin inversión, no hay desarrollo económico posible.

Finalmente, hay un tercer punto ineludible. Aunque no se hable, no hay economía de ningún país que funcione con semejante tamaño del Estado en relación al PBI. Es utópico pretender que el sector privado sea el motor de creación de empleo genuino cuando el gasto público consolidado se encuentra bien instalado en más de 40% del PBI.

En la situación actual de nuestro país, semejante nivel de gasto trae aparejado una presión impositiva récord, un sector privado débil y una incapacidad de generar empleo de calidad.

Es urgente que haya una auditoría del gasto público que elimine su uso improductivo e ineficiente para redireccionarlo al estímulo productivo y de la inversión.

No hay atajos. Se necesita tiempo, perseverancia. Pero, sobre todo, coraje y decisión.

El autor es economista de Inversor Global

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