Las exportaciones argentinas nunca recuperaron aquellos récords que alcanzaron en 2011, cuando llegaron a US$84.268 millones en bienes y US$15.606 millones en servicios. Una buena parte de la explicación de aquel éxito es el hecho de que en 2011 y 2012 el índice de precios de exportación (de todos los productos argentinos) era 30% mayor que hoy.
Ahora, pueden preverse para 2019 exportaciones totales de bienes por unos US$64.000 millones, por lo que la diferencia entre los resultados de 2011 y los de 2019 será de unos US$20.000 millones. Debe advertirse que -si bien el resultado es hoy muy inferior a aquel-, la caída fue muy profunda hasta 2015,) y desde ese momento se inició una leve recuperación gradual anual.
En tanto, las importaciones de bienes, que rondaron los US$74.000 millones en 2011 y 2013 (récord histórico) tampoco volvieron a aquellos niveles medidos en dólares, y tendrán este año el menor nivel en diez años. Aunque -contrario sensu- las importaciones de servicios siguieron creciendo y llegaron en 2018 al récord de US$24.900 millones. Pueden anticiparse para el corriente año importaciones de bienes por US$49.750 millones, por lo que esas compras desde el exterior estarán este año en unos US$15.000 millones debajo de las cifras récord.
El menor número en ventas externas está sustancialmente vinculado a menores precios internacionales: las exportaciones de bienes son 30% menores que en 2011.
Ahora bien, desde aquella época de picos históricos, la evolución de exportaciones por rubros no fue igual. En 2019 exportan más que en 2011 solamente las carnes, los cereales y las manufacturas de aluminio. Mientras, exportan montos no muy diferentes (poco menores) que en aquella época las bebidas alcohólicas, las infusiones y las preparaciones de legumbres y hortalizas. Y exportan hoy definitivamente menos que en aquel tiempo las de todos los demás rubros.
Desde 2011, las exportaciones totales en el mundo crecieron 11% y las de América Latina lo hicieron solo 1%. Por ende, la debacle argentina no equivale a lo ocurrido en el planeta y nuestras ventas externas han perdido participación en el total mundial.
La esperada futura suba de exportaciones argentinas (para la inminente tercer década del siglo), por ende, dependerá de no pocos esfuerzos domésticos que deberán incluir una mejora en las condiciones productivas (macroeconómicas), un salto de calidad en las políticas vigentes (que permitan estabilidad, menor complejidad y una reducción de la aleatoriedad), una más calificada mesoeconomía -todo lo que en conjunto deberá alentar más inversión, calificación de la oferta, desarrollo de atributos competitivos y un salto en la competitividad de empresas-, y todo ello deberá estar acompañado de esfuerzos más virtuosos en las acciones de acceso a mercados externos.
La Argentina exhibe, pues, aún con una tenue recuperación observada desde 2016, una caída desde que los precios internacionales dejaron de ser favorables, y ese descenso ocurrió mientras el mundo creció en ventas transfronterizas. No está previsto ahora que los precios vuelvan a subir de modo significativo. ¿Cómo, entonces, puede aspirarse a mejores resultados?
Un requisito (además de la mejora requerida en las condiciones generales antes mencionadas) es comenzar a acompañar nuevas tendencias de los negocios internacionales. La presente etapa de la globalización (como lo muestran papers del McKinsey Global Institute) no se apoya en grandes saltos en ventas de bienes físicos sino en el incremento de valor económico transfronterizo generado a partir del aporte de intangibles que califican las prestaciones transadas (conocimiento, innovación, saber productivo o comercial organizativo, certificaciones, estándares, capital intelectual). Jonathan Haskel explica que es esta una nueva etapa de “capitalismo sin capital”. Así, numerosos estudios dan cuenta de que el valor, hoy, es generado a partir de la activación de intangibles que califican esencialmente a los bienes que se comercializan y que esos intangibles explican el éxito comercial (flujo) y la mayor valuación (stock) de las empresas exitosas en esta etapa de la nueva globalización.
Para esto, es necesario llevar adelante procesos de “innovación abierta” con la creación de alianzas virtuosas con terceros en ecosistemas en los que los productores de bienes logran, en arquitecturas vinculativas, el aporte del saber que se añade de modo intrínseco en la oferta de nuevo tipo.
Para salir de resultados pobres, el comercio exterior argentino requerirá un proceso de apertura para su inserción en los nuevos flujos que motorizan los negocios globales, lograr su ingreso en las cadenas de valor transfronterizas -que en esta instancia ya no son meros encadenamientos productivos de etapas de ensamblamiento físico sino que están movidas por el aporte de intangibles- y que están apoyadas en la interacción de exportaciones e importaciones, de bienes y de servicios, participación en flujos de inversión transnacionales, la acción sistémica en los movimientos de generación y aprovechamiento de saber productivo y la aparición de atributos relacionales de empresas.
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